Esta mañana he leído en el diario “The Gulf News” de Dubai unas declaraciones del ex presidente de los EEUU de América Jimmy Carter a la cadena de televisión NBC a propósito de las críticas que está recibiendo el actual presidente Obama, en las que dice lo siguiente:
“Pienso que una parte aplastante de la intensa animadversión mostrada en contra del presidente Barack Obama se basa en el hecho de que es negro; de que es afroamericano”.
“Vivo en el Sur y las cosas han cambiado mucho, pero la inclinación por el racismo está subyacente y creo que ha aflorado a la superficie debido a la creencia de muchos blancos –no sólo en el Sur, sino en todo el país- de que los afroamericanos no están cualificados para ejercer el liderazgo de este gran país”.
“Es una circunstancia abominable que me abochorna y preocupa profundamente”
Las palabras de Carter invitan a la reflexión.
Me parece que el racismo, el clasismo y el corporativismo no son más que manifestaciones de una misma bajeza moral de fondo: la de pensar que por el mero hecho de pertenecer a un grupo, clase o categoría, uno merece ventajas personales, profesionales o sociales que no es capaz de ganarse con su propio esfuerzo, sus cualidades personales o, simplemente, la suerte de estar en el lugar oportuno en el momento adecuado.
Es sencillamente patético que millones de blancos “caucásicos” que fueron incapaces de hacer la “O” con un canuto en la enseñanza primaria puedan considerarse superiores “per sé” a todos y cada uno de los afroamericanos que, en menor proporción, se ganaron con sacrificio y capacidad sus licenciaturas en Harvard, Yale o el MIT.
Se trata, en definitiva, de una ilusión vana propia de paletos que carecen del coraje y la dignidad de reconocerse a sí mismos por lo que realmente los hechos dicen que son.
Racismo, clasismo, corporativismo, machismo, feminismo, forofismo y otros muchos “ismos”, no son más que el consuelo y falso abrigo de los idiotas o, a lo peor, juego antideportivo organizado.
Es a éste último al que toda persona decente debería combatir si de verdad quiere exigir una sociedad con una igualdad de oportunidades real para sus hijos y no contribuir con su enuencia a una sociedad moralmente corrompida incapaz de premiar, mediante unas reglas de juego justas, el esfuerzo individual sin adjetivos.