lunes, 29 de septiembre de 2008

Adiós Vieja Amiga


Tula querida:

Te has ido tan discretamente como llegaste a nosotros: con la etiqueta que se espera de una dama irlandesa.

Aversa a las estridencias, no ladrabas casi nunca.

Personificaste tan paradigmáticamente la dulzura, la fidelidad, la paciencia, la prudencia, la candidez y tantas otras cualidades, que te has ganado con todo merecimiento el hueco más cálido, confortable y bien surtido entre los Ángeles protectores.

Cuídenla y quiéranla mucho, se los ruego, que se pone muy triste cuando la ignoran.

Y estén pendientes de abrígarla para que no pase frío y secarla bien después de pasear bajo la lluvia.

Que no pase hambre ni sed, pues ella no se hace notar y no pide más que -acaso- alguna que otra muestra de afecto, deslizando su nariz bajo tu brazo.

Que no coma colillas, que le sientan fatal, ni se quede sola mucho rato, que pasa miedo, desamparo y pena y, aunque se resigna calladamente, le aterra la oscuridad.

Que esta vez le toque una casa sin escaleras, que le dan mucho respeto y, además, le fallan un poco las piernas últimamente.

Que merezca la mejor alfombra persa para ella sola.

Por Navidad, déjenla entrar un ratito en la zona reservada, y dejen bajo el árbol el sabroso hueso de todos los años, pues ella lo espera con mucha ilusión, aunque no apreciará tando el hueso en sí, como que se hayan acordado de ella como una más y poder disfrutar de la fiesta sintiéndose reconocida como un miembro importante de la familia.

Y si les llega a resultar incómoda su compañía, tráiganosla de nuevo a casa, aunque sólo sea un día o una horas, que aquí la necesitamos mucho y nuesto hogar se ha quedado muy vacío sin ella.

Tula querida, ya no podré volver a rescatarte del río, ni andar orgulloso a tu lado por el parque, ni sacar contigo la basura, ni susurrarte más piropos al oído, ni se cumplirá el sueño de navegar juntos por aguas tranquilas, pero estás siempre aquí dentro, muy dentro, de modo que nunca te habrás ido del todo, pero cuánto lamento ahora cada una de las oportunidades perdidas de abrazarte, quererte y cuidarte.

Ya me seco los ojos y recupero la compostura, pero mi corazón sigue desconsolado y se me cae a trozos del pecho por tu pérdida.

Perdóname, vieja amiga, por no haber estado para confortarte en tu último suspiro y hacértelo más tranquilo y llevadero, como era mi intención y mi deber.

Hace unos días te pedí que aguantaras y me esperaras sólo un poquito más. No ha podido ser.

Duerme y descansa, cielo: ya nada ni nadie te hará daño.