viernes, 24 de julio de 2009

Suspiros de Marruecos

Han sido dos años en un país extraordinario y una experiencia vital inolvidable.

En los próximos días empiezo una nueva aventura en Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos, y he pensado que es un buen momento para hacer balance y compartir algunas reflexiones.



Aunque me parezcan bien ganados algunos de los recelos que se puedan tener acerca de la peculiar idiosincrasia marroquí, mi esfuerzo en estos dos años se ha centrado, en primer lugar, en conocer la historia, aspiraciones y creencias de este pueblo tan cercano en lo geográfico pero tan diferente en casi todo y, en segundo lugar, comprender las razones que puedan explicar por qué dos países que deberían llamarse hermanos han estado siempre tan distanciados entre sí.

En general, yo diría que, a primera vista (y no tan a primera vista en ciertos aspectos) lo marroquí se corresponde con el estereotipo que el europeo ha formado sobre él desde su cultura pragmática y secular.

Esa parcialidad de mi punto de vista de observador europeo y el velo que tienden a poner ante mis ojos mis propios paradigmas culturales, han sido la mayor dificultad a la que he tenido que enfrentarme para poder comprenderlos, que era de lo que, en definitiva, se trataba.

Notaríais que, durante el tiempo que permanecí en Marruecos, procuré pasar de puntillas por algunos de los aspectos más controvertidos: el Islam, el Sahara Occidental, Ceuta y Melilla......

Mis opiniones sobre asuntos tan delicados estarían contaminadas si permaneciese aún allí. Me siento más tranquilo ahora para opinar con relativa ecuanimidad.

Millones de españoles con una formación aceptable dirían que Marruecos se fundó tras la independencia de Marruecos de Francia y España, hace unos 50 años, y que antes del protectorado hispano-francés, no existía el estado marroquí como tal, sino quizás un conjunto de tribus nómadas del desierto sin conciencia de nación, lo cual justificaría, por ejemplo, que si la Isla de Perejil era posesión española mucho antes de la existencia de Marruecos como estado soberano, no existirían fundamentos jurídicos en que basar una reclamación territorial amparable por el derecho internacional.

Para mi sorpresa, la realidad es bien distinta.

La Historia de Marruecos es antigua y apasionante, y el desconocimiento que tenemos de ella hace ridículos nuestros juicios implacables sobre un país y una cultura de la que sabemos tan poco. Nuestra indiferencia y falta de curiosidad por nuestro vecino ha sido una pura paletez y nuestro empeño en catalogar a Marruecos y a los marroquíes con arreglo a nuestras propias costumbres, una prueba palpable de nuestra ignorancia.

El origen de Marruecos data de finales del sigo VIII en el que el Sultán Isidri I fundó Fez como su capital, cuya Universidad, equiparable a la de El Cairo, fue uno de los centros de difusión del conocimiento y la espiritualidad mas importantes del mundo en su época.

Desde entonces han reinado siete dinastías, hecho que concede una indiscutible legitimidad histórica a la actual dinastía Alauita, a la que pertenece el actual sultán (o rey) Mohamed VI.

El nombre de Marruecos significa "El país de Marrakech" o Marrakus -como se le llamaba antiguamente- si bien su verdadero nombre es "Al Maghreb" (Extremo Occidente en árabe).

El país ha vivido -como tantos otros- épocas de esplendor y decadencia, coincidiendo las primeras con sultanes fuertes y carismáticos y por invasiones, disensiones internas y sultanes faltos de liderazgo las segundas.

Hasta el nacimiento -en el siglo X- del Califato Omeya de Córdoba -ya independiente de Fez y Bagdad- el imperio marroquí se extendió desde las orillas del Río Ebro hasta las del Río Senegal, incluyendo una buena parte de España, Argelia, Mali, Senegal y, además, Mauritania y el controvertido Sahara Occidental, las cuales participaban en pié de igualdad con otros territorios en la Beia de designación del Sultán, una curiosa y antigua institución árabe por la que el pueblo, a través de sus representantes, elige al Rey, puesto que la monarquía marroquí no es necesariamente hereditaria, sino electiva y renovada cada año, mucho antes de Cromwell o de la Revolución Francesa.

El hecho de que Sahara y Mauritania fueran antiguamente territorios activos de Marruecos, explicaría por qué el tema del Sahara Occidental es tan sensible para los marroquíes.

Me parece que, como en todos los asuntos geopolíticos complejos, a cada parte le asisten sus razones y, desde luego, no puede decirse que a Marruecos no le asistan evidentes derechos históricos.

Otra cosa es que Marruecos, como España, tienen que aceptar que los tiempos cambian, y que la integridad territorial no necesariamente debe estar formada por lo que fue en un pasado ya remoto.

Lo que procede, en todo caso, es dar una urgente solución a las 200.000 personas de carne y hueso que sufren las consecuencias de un conflicto que ya ha durado demasiado, y que permita a la vez preservar los legítimos derechos del pueblo Saharaui reconocidos por las Naciones Unidas y la dignidad nacional de Marruecos, que también ha pagado un alto precio en vidas humanas por mantener una pretensión que no es claramente ilegítima desde la perspectiva histórica.

Desde mi simpatía por el pueblo saharaui y por el pueblo marroquí, no puedo elegir.

La idiosincrasia marroquí actual parece forjada a lo largo de 500 años de gravísimo aislamiento político y económico por las potencias occidentales, y, fundamentalmente, España y Portugal y, sólo más recientemente, Francia.

Entre los siglos XVI y XVII, el llamado "contraataque ibérico" condujo a una toma de todos los puertos y abrigos costeros marroquíes por España y Portugal para proteger sus rutas comerciales con América de los ataques de piratería de los berberiscos, lo que produjo un virtual aislamiento del país por mar. Teniendo en cuenta la terrible barrera que representa para el comercio terrestre la impresionante cordillera del Atlas, repleta de "cuatro miles" , la únicas rutas comerciales que se mantuvieron fueron por el sur, a través de Zagora hacia Tombouktu (actual Mali) y el actual Sáhara Occidental y Mauritania hacia Senegal.

La cuestión de fondo es, en mi opinión, que Marruecos ha vivido, por tanto, en la precariedad económica y comercial durante centenares de años mientras contemplaba el desarrollo y expansión de sus vecinos del norte.

Ello ha conformado una cultura de la economía de supervivencia, del pequeño comerciante y el artesano gremial de la edad media que puedes ver con tus propios ojos hoy en día en los zocos de Marrakech, Fez y Meknes.

Para la mayoría de los marroquíes, solo hoy importa y mañana....Alah proveerá. No se trata de una actitud religiosa, sino del modo de vida al que se han visto condenados durante generaciones, el cual ha conformado el carácter de todo un pueblo.

Las pequeñas -y las grandes- corruptelas, florecen y muchos marroquíes son -en efecto- pícaros, desconfiados, negociantes y poco de fiar en los negocios, no porque esté en su naturaleza, sino porque les hemos obligado a ello para sobrevivir. Y eso no se cambia en diez minutos.

Se trata de un país que intenta reconstruirse y nuestro deber es ayudarles, aunque no sea por el afecto de vecinos que deberíamos tenernos sino en desagravio por los males que nuestros padres les causaron.

Y si los suyos nos los causaron a nosotros, ya es hora de que lo vayamos olvidando, porque, después de todo, no está tan claro que nuestras sangres no sean la misma.

He tenido el privilegio de aprender que Marruecos no es sólo un país: es muchos países en uno; muchas culturas y etnias que conviven en relativa armonía desde hace siglos como ocurre en otros muchos lugares del mundo, en el que viven millones de personas que, como nosotros, buscan un futuro mejor para sus hijos, creen en el mismo Dios que muchos de nosotros (aunque le llamen de otro modo y lo perciban de forma diferente) visten como creen que es más decente y educado hacerlo, están dispuestos a cambiar y adaptarse a los tiempos modernos pero no comprenden que por ello tengan que renunciar a lo esencial de las tradiciones que recibieron de sus padres y que se sienten despreciados, rechazados y agredidos en su derecho a ser diferentes.

Por el contrario, no hay religión ni tradición que justifique algunos comportamientos, contrarios al Islam pero que pretenden ampararse en él, que la mayoría reconoce pero no sabe, no quiere o no se atreve a combatir.

Tiene que haber un espacio para el conocimiento y respeto mutuo. Sólo hay que buscarlo ávidamente.

Rachid, Zuhair, Loubna, Mohammed, Khalid, Turia, Salah y tantos otros: gracias por abrirme las puertas de vuestras casas y vuestros corazones. Que Alah os proteja y de salud a vuestros hijos. Hasta siempre.