sábado, 18 de septiembre de 2010

Corisco y Don Santiago

Playa al suroeste de Corisco
Hoy he tenido el privilegio de conocer la isla de Corisco.

Se trata de una isla paradisiaca y prácticamente desierta (menos de quinientos habitantes) frente a las costas de Guinea y Gabón.

No la describiré aqui en detalle. No hay palabras y, además,  hay miles de referencias en Internet.

La oportunidad surgió de improviso: una llamada de teléfono animándome a visitar la isla y volver a media tarde.

Naturalmente, no lo pensé dos veces.

Corisco está a unas 70 millas náuticas al sur de Bata.

Para llegar, es necesario hacerlo por carretera y luego en barco o lancha, o bien en Helicóptero (mucho más rápido)

Esta segunda opción era la que se me ofrecía. ¡Pues claro que si!

Sobrevolando Bata

Llegamos a la isla a las 10:45 de la mañana, tras 35 minutos de vuelo sobre de las copas de los árboles de la selva ecuatorial, el estuario del Río Muni  y el océano Atlántico después.

Estuario del Río Muni


En Corisco parece haberse detenido el tiempo. No hay carreteras, agua corriente, ni electricidad.

Mis ojos no podían creer lo que veían. Una pequeña isla casi desierta, rodeada de playas de arena blanquísima y fina, y en las que la vegetación casi penetra en el mar.
La playa desde la pérgola

La poca gente que habita la isla apenas se molesta en recoger los frutos de los millares de cocoteros y mangos que brotan hasta del interior de las piedras.

La gente de Corisco es encantadora. Las abuelas observan con benevolencia los excesos con los que sus hijas y nietas se asoman a la modernidad consumista, a la independencia y al amor.

Hubo tiempo para bañarse, pasear, comer, beber, charlar, y hasta de bailar danzas tradicionales corisqueñas.
Camino de acceso a la playa

Me encantó sentarme a charlar un buen rato con Don Santiago: un hombre del que he aprendido mucho en nuestro breve encuentro. Hablamos de las cosas sencillas e importantes de la vida. La familia, las estaciones y nuestro deber de transmitir lo que nos enseñaron nuestros padres a la siguiente generación.
Don Santiago y la Rana (por fin descubierta)
 
Don Santiago es un hombre extraordinario. Le he prometido que volveré, y que reanudaremos nuestras charlas si me acepta. Al fin y al cabo, no soy más que un simple blanco bárbaro e ignorante -le dije-. Él sonrió con complicidad y socarronería.

Durante todo el vuelo de vuelta  no he hecho más que pensar en la suerte que tengo de haber vivido el día de hoy.

¿Lo mejor de todo?: sin la menor duda, la sonrisa pacífica y sabia de Don Santiago.